Son pequeños, ligeros y tan monos que todo el mundo se quiere comprar uno. ¿Pero hasta qué punto se adapta a las necesidades diarias? ¿Son suficientes para mí, o mejor me compro un portátil más grande? La pregunta no es estúpida, y la respuesta no es trivial.
Lo primero que hay que entender es que un miniportátil no sirve como equipo principal: su pantalla es bastante pequeña (entre 7 y 10 pulgadas) y tiene poca resolución (1024 x 600 o menos), y su teclado es más bien justo. Por otro lado su memoria suele estar entre 512 y 1024 megas, lo que para un sistema XP o Linux puede ser suficiente, pero no para Vista. El procesador suele ser un Atom, el cual tiene un consumo muy ajustado (ideal para un portátil) a costa de una potencia de cálculo bastante escasa. Finalmente, su disco duro suele ser de tipo Flash y bastante parco. Es cierto que ya hay modelos (como el EEEPC 1000H, por ejemplo) con discos duros «de verdad» y ampliables hasta 2 gigas de RAM, pero aún así, como ordenadores, no son algo para tirar cohetes.
«Pero entonces no sirven para nada, son una estafa»
En absoluto; lo que pasa es que hay que entender que no son equipos diseñados para ser usados como ordenador principal. Para esa función hay que tener un equipo decente, con un monitor razonable (mínimo 15″), un procesador de, al menos, doble núcleo, y 2 gigas de RAM como mínimo.
La razón de ser de los netbooks es servir como ordenador de apoyo: cuando queremos irnos por ahí y poder leer el correo, ver una página web, o escribir un texto sencillo sin necesidad de llevar un armatoste y dos baterías extra para tener una autonomía razonable. Esa es su función. Se han reducido las prestaciones al máximo para poder hacer un ordenador lo más pequeño y ligero posible. Que nadie espere poder usar AutoCAD o 3D Studio Max cómodamente en un netbook, porque no están diseñados para eso.
Así pues, antes de comprarse uno de estos equipos es fundamental sopesar qué uso se le va a dar realmente; puede ocurrir que no estemos comprando lo que necesitamos.